CATOLICISMO ROMANO 
Y LAS LLAVES DE PEDRO

 

 1ª Parte

 

"Las dictaduras humanas esclavizan a los pueblos y éstos sirven, de una forma u otra a los intereses exclusivos de quién las protagoniza y sustenta.” (El autor)

 

  "Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra; porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos." (Evangelio de San Mateo, Capítulo 23, versículo 9).

 

 

El primer pensamiento que muchos pueden considerar demasiado duro, me introduce en el tema que encabeza este trabajo, aunque debo aclarar que el enunciado no me lo ha sugerido el odio ni el resentimiento, sino la propia Historia de la Institución, (a la que durante tantos años pertenecí); hoy esa historia, gracias a Dios, a disposición de todo aquel que desee consultarla. El segundo no necesita de muchas aclaraciones, pues se trata de una afirmación del propio Cristo, que figura en la referencia citada.

 

                                                    


 

Después de largos años de vivencias a la sombra del Catolicismo Romano, de muchas horas de dudas, consultas, estudio y reflexiones y tras escuchar el Evangelio de forma diferente a la tradicional en nuestro pueblo como ya he dicho, llegué a una conclusión determinante en mi vida, al considerar de manera personal y responsable, que una de las bases sobre las que supuestamente el hombre ha construido el mayor fraude de la Historia de la Humanidad a través de una arbitraria interpretación de los Textos Sagrados en los que se apoyan, se halla en el Evangelio de San Mateo, capítulo XVI, versículos 16 al 19 en los cuales puede leerse lo siguiente:    

16) “Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. (17) Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los Cielos. (18) Y yo también te digo, que tú eres Pedro y "sobre esta roca, edificaré mi Iglesia"; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. (19) Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la Tierra será atado en los Cielos; y todo lo que desatares en la Tierra será desatado en los Cielos”. (El subrayado es mío). (Biblia de Reina Valera, versión 1.960)

 

Al considerar superficialmente el aspecto semántico de los versículos citados sacándolos del contexto en que se encuentran y sin analizarlos en profundidad, tendremos que dar la razón a quiénes durante muchos siglos han alimentado una interpretación atrevida y aviesa, y como resultado manifiesto y sumamente azaroso de toda la historia que le precede, concluiremos en que se instalaron en la cúpula de un poder terrenal jamás recibido ni alcanzado por Institución alguna.

 

Pero si así hiciéramos, evidentemente tendríamos que ser coherentes aplicando idénticos criterios al contenido de otro versículo que puede leerse dentro del mismo capítulo e inmediatamente después de los cuatro que se han transcrito.

 

Ahora me estoy refiriendo concretamente al versículo 23 del mismo capítulo XVI del Evangelio de Mateo, en el que puede leerse lo siguiente: “¡Quítate de delante de mí, Satanás! Me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en la de los hombres”.

 

Las importantes conclusiones que sin duda alguna pueden entresacarse de estas lecturas, hemos de analizarlas sin alterar el texto y con detenimiento, si queremos situarnos dentro del contexto auténtico en que estas frases de Cristo fueron pronunciadas; para ello tengo que volver a referirme necesariamente, no solo a los versículos 16 al 19 citados, sino también al 13, 14 y 15 de igual capítulo XVI de Mateo, pero ahora observando los acontecimientos de forma sosegada y con una mayor amplitud, de manera que nos coloquemos tanto en el escenario de los hechos como en el tiempo en que éstos ocurrieron.

 Por los acontecimientos que se van a relatar conectados con el principio de su aparición pública, debemos entender que Jesús no pasaba desapercibido, pues gozaba ya de notoria popularidad, tanto por su comportamiento, como por el trato con las personas a las que predicaba, lo que sin duda tuvo que haberse convertido en objetivo de comentarios de toda índole. 

  Tenemos que trasladarnos al comienzo de los tres años que duró su vida pública, a la Región de Cesarea de Filipo, que es donde ocurren los hechos en el momento en que se dirige a sus Apóstoles. El contenido de los tres versículos citados es el siguiente: “Viniendo Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? 14Ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas. 15El les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? 

 Observamos en primer lugar que las distintas respuestas dadas por los Apóstoles no parecen turbar a Jesús en modo alguno, pues supuestamente entendemos que no siendo éstas el motivo concreto de su pregunta, les hace otra, tan crucial y certera que, ésta sí, va a dar ocasión a Pedro (Apóstol muy amado por Jesús) a manifestar el fundamento básico del Cristianismo, en una frase que ha sido tergiversada y mantenida su errónea interpretación a lo largo de los siglos.

 Tan convencido estoy de ello, como lo están los muchos millones de miembros activos que militan en el evangelismo cuyas fuentes doctrinales arrancan de la misma Biblia, aunque para ello tenga que admitir la diversa multiplicidad de denominaciones surgidas a lo largo de la historia, fruto, sin duda, de la libre interpretación de hombres cuando menos respetuosos con su contenido, el cual, en el fondo, en modo alguno modifica la importante doctrina sustancial, genuinamente cristiana que nos identifica a todos en la exégesis de este relato.

Pedro le respondió: "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente".

 La respuesta del Apóstol no pudo ser ni más clara ni más precisa. Para él, (cuyo comportamiento a partir de entonces va a corroborarlo) Jesús es el Cristo, el Mesías largamente esperado y anunciado por los Profetas. El Hijo de Dios y, por consiguiente, la Piedra básica o Roca fundamental sobre la que a partir del momento en que se produjera su muerte vicaria en la cruz, quedaría consumada la misión redentora del género humano.

En segundo lugar hemos de destacar la “supuesta coincidencia” de ser el Apóstol Pedro precisamente, quien ratificara y consagrara aquella respuesta dada al Maestro, escribiendo allá por el año 63 de la era cristiana, (es decir, cuatro años antes de su propia muerte y lejos ya de la de Cristo) en los versículos 6 y 8 del Capítulo 2º de su primera Epístola universal, en los que hace suya la frase que al respecto dice la Sagrada Escritura en el Libro de Isaías, Capítulo 28, versículo 16: "He aquí pongo en Sión (Jerusalén) la principal Piedra del ángulo, (Jesucristo) escogida, preciosa; y el que creyere en ella, no será avergonzado; Piedra de tropiezo y Roca que hace caer".

 Como fácilmente puede comprobarse recurriendo a las Sagradas Escrituras, Pedro está identificando en este pasaje, a Jesús de Nazareth con la Piedra y la Roca, pues fue y seguirá siendo El Cristo y su doctrina, la Piedra de tropiezo y la Roca que hace caer.

 Solo en Cristo, el Hijo del Dios viviente, podían darse las circunstancias, que en este caso concreto, únicamente Pedro manifestó (no obstante encontrarse acompañado por otros Apóstoles) y no precisamente por intuición personal, sino porque cuanto manifestó le había sido revelado por el mismo Dios desde los cielos, tal como Jesús mismo le aclaró seguidamente.   

Es Cristo mismo quien por la mano de Marcos (capítulo 12, versículo 10 del Evangelio) aclarando a sus discípulos la parábola del padre de familia está recordando la Escritura, y refiriéndose concretamente al inspirado párrafo de Isaías contenido en el versículo 16 del capítulo 28, dice exactamente: “La piedra que desecharon los edificadores, ha venido a ser cabeza del ángulo”.

 Debemos tener muy en cuenta que esta referencia recordada  por el evangelista Marcos, fue escrita por el Profeta Isaías siete siglos aproximadamente, antes de que sucedieran los hechos que se están relatando y no debemos olvidar tampoco, la singularidad de este texto sagrado que fue descubierto íntegro en el año 1.947 formando parte de un conjunto de documentos, conocido por los Manuscritos del Mar Muerto hallados en Qumrán, de los cuales nos ocuparemos seguidamente. 

 De esta misma Piedra, colocada en Sión (Jerusalén) como fundamento, se habla también en el Salmo 118, versículo 22, diciendo: "la Piedra que desecharon los edificadores ha venido a ser la cabeza del ángulo."

  Como se puede apreciar, existe una íntima conexión entre estas frases que se repiten tanto en el Salterio como en el Evangelio de Marcos y la Segunda carta del Apóstol Pedro, libros éstos (el primero perteneciente al Antiguo Testamento y los dos restantes al Nuevo) entre los cuales median grandes diferencias de tiempo, pero que, no obstante, mantienen una relación muy significativa sobre el argumento que estamos estudiando.

Encontraríamos una enorme dificultad, si pretendiéramos imaginar que en este Salmo mesiánico por excelencia, la referencia no es Cristo. Por el contrario, defenderemos que la referencia nunca puede ser el Apóstol Pedro, por evidentes razones teológicas y de tiempo.

 A mayor abundamiento, cabe decir que el Profeta Isaías vuelve a referirse a Dios en el capítulo 8, versículos 14 y 15, como "Piedra para tropezar y tropezadero para caer, y muchos – agrega el profeta - caerán y serán quebrantados".

 Hemos de volver a recordar que el Libro de Isaías fue encontrado literalmente intacto en los descubrimientos de las cuevas de Qumrán en el año 1.947, un año aproximadamente antes de que el actual Estado de Israel fuese declarado como tal por la Resolución número 181/1.948 de las Naciones Unidas y cuyo hallazgo algunos exegetas bíblicos han querido intuir como si ello fuera un presagio de la proximidad en el cumplimiento de profecías contenidas en las Sagradas Escrituras.  

 El hallazgo de este texto junto con otros muchos relacionados  con la organización de la secta de los Esenios, se produjo de la forma siguiente: El sitio conocido por Qumrán se halla en la ladera occidental del Mar Muerto y se caracteriza por tratarse de una cadena de elevados promontorios que en forma de cordillera se extiende a lo largo de algunos kilómetros de la costa.

 

 Fue un pastor beduino llamado Mohamed Edib que cuidaba un rebaño de cabras, quien yendo a recuperar una que se le había extraviado, al lanzar una piedra sobre la entrada de una de las cuevas situadas en aquel paisaje desolador, oyó un sonido de algo que al parecer se había roto y huyó de aquel lugar creyendo que la cueva estaba habitada por almas del otro mundo.

 

   Al día siguiente fue de nuevo hasta la cueva pero esta vez acompañado de un primo suyo creyendo ambos que iban a encontrar oro.

 

  Hallaron ocho tinajas de greda que contenían atadijos de cuero escritos, de los cuales no entendieron nada.

 

 Pasado un tiempo, este hallazgo lo comunicó a un sirio cristiano llamado Khalil Kando quien los compró. Kando mostró algunos de los rollos a su arzobispo residente en Jerusalén. Este al percatarse del gran valor del hallazgo, los cogió y llevó a Estados Unidos, donde fueron adquiridos por el profesor Igael Yadín que pagó por ellos 250.000 dólares, recuperándolos para Israel.

 

Los rollos se encuentran ahora en el Museo del Libro en Jerusalén, siendo el más famoso de ellos, al menos para el mundo cristiano, el que contiene el Libro completo del Profeta Isaías, al cual  hemos mencionado.

  

Los investigadores e intérpretes han podido constatar la fidelidad de las reproducciones que figuran en nuestras Biblias actuales con las del texto hallado.

 

La importancia de este hallazgo es enorme si se tiene en cuenta que el texto de Isaías, fue escrito en el siglo séptimo antes de Cristo, con lo cual, en la época de su descubrimiento contaba con una antigüedad aproximada de 2.700 años, sin posibilidad alguna, dadas las circunstancias, de haber sido manipulado.

 

Los textos encontrados son manuscritos conservados por la ya citada secta religiosa de los Esenios, la cual llevaba una vida apartada de la sociedad de aquellos tiempos, que ellos consideraban corrompida; se regían por unas reglas de comportamiento muy estrictas dentro de una vida comunitaria, a la que aportaban todos los bienes materiales que poseían.

 

Cuando el General romano Tito se dirigía a Jerusalén en el año 68 d. de C. para reprimir la rebelión judía iniciada dos años antes, sus soldados asesinaron a una gran parte de estos esenios, algunos de los cuales huyeron, ocultándose en las cuevas de Kumrán, lugar este donde asimismo fueron escondidos anteriormente los famosos manuscritos.

 

Tanto por su valor histórico como por aspectos de su contenido, hemos intercalado la forma y las circunstancias en que fueron descubiertos estos documentos, dada la antigüedad de los textos y la importancia de los términos usados al identificarlos con sus homólogos del Nuevo Testamento. De ahí la larga referencia.

 

En el Libro de los Hechos de los Apóstoles escrito por Lucas, capítulo 4, versículo 11, se dice que "Jesús es la Piedra reprobada".

Pero con mayor claridad se dice en la Carta del Apóstol  Pablo a los Efesios en su capítulo 2, versículo 20, "edificados sobre el fundamento de los Apóstoles y Profetas, siendo la Principal Piedra del ángulo Jesucristo mismo".

    La Sagrada Escritura no puede ser más explícita al identificar a Cristo como la Piedra y fundamento básico del Cristianismo. "Sobre esta Roca... " dijo a Pedro, sin la menor duda refiriéndose a la declaración hecha por el Apóstol cuando fue interrogado por Jesús.

Si Cristo hubiera pretendido nombrar un "Papa" como cabeza visible de la Iglesia que, (aunque en la mente de Dios ya estaba antes de la fundación del mundo) iba a constituirse a partir de Pentecostés cincuenta días después de la Pascua judía, parece ser que la forma de expresión más apropiada hubiera sido "sobre tí edificaré mi Iglesia".  Pero Jesús como hemos visto y podemos comprobar acudiendo a la Sagrada Escritura, no se expresó así (al menos en la traducción de las versiones que conocemos).

Jesús no dijo a Pedro que sobre él edificaría su Iglesia, sino que le daría las llaves del reino de los cielos, y con aquellas llaves precisamente, lo que hizo el Apóstol Pedro fue abrir las puertas al Cristianismo.

 Pablo dirigiéndose a los Corintios en su primera Carta, Capítulo 3, versículo 11, dice "Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo".

 Resulta más que evidente, que la “piedra” no fue Pedro, “sino la declaración verbal que éste hizo cuando los Apóstoles fueron interpelados por Jesús”, como ya hemos dicho anteriormente.

  El resultado al que llegamos no nos deja el menor resquicio de duda, si advertimos, además, haciendo uso de nuestra gramática y del texto en español en que está escrita la traducción de la Biblia de Casiodoro de Reina (Biblia de estudio versión de 1995 que nos ha servido de base en el análisis, además de la versión de 1.960), que Cristo utilizó en tan histórica ocasión el adjetivo demostrativo "esta" en lugar de la forma del pronombre personal "ti".

 Conforme con lo que acabamos de expresar, la equivalencia o significación de Cefas/ piedra/ Pedro, tiene en el contenido del versículo que citamos al principio, unas connotaciones muy diferentes a las que la Iglesia Católica ha pretendido atribuir a lo largo de los siglos.

 El análisis de los versículos 13 al 19 del Capítulo XVI de Mateo como estamos viendo y demostrando por las Sagradas Escrituras, debemos hacerlo como ya hemos repetido, dentro del contexto en que están situados, recurriendo siempre a las citas que estas Escrituras nos depara en abundancia.

 Debemos asimismo apartar argumentos filosóficos o de distinta índole que, incluso con parecidos propósitos, nos harían desembocar en caminos de dudosa comprensión, sobretodo cuando sus últimas conclusiones se desvían ostentosamente de la realidad.

  Y como ejemplo veamos qué ocurre, si aplicamos análoga interpretación al versículo 23 del repetido capítulo XVI de Mateo que hemos copiado anteriormente. ("quítate de delante de Mí, Satanás,.....”)

 A la vista de la interpretación literal fuera del contexto que este versículo puede plantear, se me ocurre una pregunta. "¿Es que Cristo está nombrando Jefe de su Iglesia a Satanás en la persona de Pedro? pues fue a éste a quién se dirigió en esta ocasión tan providencialmente próxima al acontecimiento que estoy comentando.

 Pero esta aparente aplicación, no obstante estar suficientemente clara, a nadie se le ha ocurrido y ha sido descartada de plano sin que haya producido la menor duda, por cuanto Jesús (y esto sÍ que se ha entendido correctamente) está enfrentándose en este caso a la tentación que Satanás está infiriendo a Pedro.

  Esto nos llevaría a preguntar, desde el punto de vista católico-romano, sobre las razones por las cuales Cristo habría utilizado distinto sentido en ambas ocasiones tan próximas en el tiempo.

 Tendrían que explicarnos en tal caso, la diferencia de tono dada a los versículos considerados aisladamente, es decir, fuera del contexto en que se encuadran, ya que las interpretaciones que suelen darse para cada caso, son diferentes no obstante hallarse éstas dentro de él.

 Esto es precisamente, lo que de ninguna de las maneras puede comprenderse en un análisis riguroso de ambas situaciones, pues en tanto se enfatizan y desarrollan por la doctrina católica los cuatro versículos primeros hasta extremos insospechados (16 al 19 del capítulo XVI de Mateo), se pasa por alto el versículo 23 citado.

 Sin duda, al menos para mí y para todos aquellos que no aceptamos la legitimidad de una jerarquía humana, el propósito romanista no es otro que el de reforzar el argumento de que Cristo nombró un Papa como Jefe de la Iglesia que Él “estaba levantando”, y al que sucederían otros muchos a través del tiempo.

 La Historia se encargaría de demostrar que todo ello fue un montaje fruto del comportamiento humano, pues ni siquiera el termino “sucesor” se registra en esta parte del texto sagrado.

 Tampoco podemos aducir que la Iglesia  “se estaba levantando” en aquellos momentos, usando la terminología que emplea el tomo de la B.A.C. que sirve de fondo a nuestra argumentación, pues de todos es sabido que la andadura de la Iglesia se inicia en Pentecostés, cuando ya Cristo había muerto, resucitado y ascendido a los cielos, es decir, cincuenta días después de la Pascua judía y a tres años aproximadamente de los hechos que están sirviendo de base a nuestro comentario.

  Ello viene a evidenciar que el proceso de gestación de la Iglesia no se estaba produciendo en aquellos momentos aludidos por el Catolicismo romano en el que Cristo interpela a sus Apóstoles, sino que se materializa bastante después, como acabamos de decir, y esto sin considerar, conforme dice la Sagrada Escritura, que ésta ya estaba en la mente de Dios, antes de la formación del mundo. 

Por otra parte no apreciamos mucha coherencia en el nombramiento bastante tiempo antes de que ocurriera el hecho que iba a motivar la supuesta sucesión, de un representante que había de “suceder como Vicario y cabeza visible” en este caso a Cristo, tres años precisamente antes de su muerte. 

 Consideramos que en aquellos primeros tiempos ni torcidas intenciones o erróneos propósitos estuvieron presentes, resultando claro que, llamados en principio a la obligación de predicar la buenas nuevas, sus seguidores se sintieron mucho después instalados en caminos que el tiempo y las circunstancias les condujo a la creación de una jerarquía que siglos más tarde consolidaron a la sombra y con la ayuda del poder civil.   

Esta pretensión de Jefatura suprema de la Iglesia es al menos lo que el Catolicismo romano de todos los tiempos ha declarado y sostiene, aunque nada más lejos de la realidad que iremos constatando con las Sagradas Escrituras, sobretodo cuando comparamos con hechos que la propia Historia de la Iglesia Católica Romana nos narra, y que ocurrieron durante los más de tres primeros siglos de cristianismo, en el transcurso de los cuales el Papado prácticamente no existió.

 La Iglesia (formada por creyentes) como Cuerpo de Cristo que es, estaba en la mente de Dios desde la eternidad como ya hemos repetido anteriormente.

Es oportuno recordar aquí el versículo 4 del Capítulo 55 de Isaías que en manera alguna se puede decir que está referido a Pedro. Dice así: " He aquí que yo lo di por testigo a los pueblos, por jefe y por maestro a las naciones". La cita escrita alrededor de setecientos años antes de Cristo, como hemos dicho al referirnos a la antigüedad del texto de Isaías, es suficientemente clarificadora. 

Más adelante y para que pueda compararse, copiaremos el párrafo de la Historia de la B.A.C. que sirve de argumento a este sofisma católico-romano y también abundaremos en las circunstancias que rodearon el soporte evangélico de la fundación de la Iglesia, en los planes de Dios antes del comienzo de los siglos.

 

A la Iglesia Católico-Romana como Institución humana que es, (no olvidemos que Jesús, el auténtico y verdadero fundamento del Cristianismo dijo que su reino no era de este mundo) se la podrá tachar de infiel y sectaria, pero en modo alguno de ingenua. Ella hace del versículo 19 del Capítulo XVI de Mateo, toda una consagración. Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos y todo lo que atares en la Tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la Tierra será desatado en los cielos.”.

Obsérvese que en esta transcripción se usa la forma del pronombre personal “tí”, pero aunque la primera parte de la declaración hecha por Cristo recae directamente en la persona de Pedro, como está suficientemente claro, ello evidentemente, no nos autoriza a admitir que Cristo está dando a Pedro poderes omnímodos y exclusivos de Jefe de la Iglesia, puesto que de igual facultad revistió a los demás Apóstoles.

Para comprobar cuanto acabamos de exponer, leamos el versículo 18 del capítulo 18 de Mateo y saquemos consecuencias. Dice así: “De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo.”

  ¿Porqué la Iglesia Católica se “olvidó” de esta cita bíblica que tanta significación tiene en el poder de atar y desatar y que en este caso concreto alcanza también a los demás Apóstoles puesto que fue a ellos a quienes se dirigió?

 Resulta más que evidente que no fueron las palabras transcritas en el versículo 18 del Capítulo 18 de Mateo dirigidas a los Apóstoles (pues éstas nunca podían ser del interés de la Iglesia católica) sino las pronunciadas por Cristo escritas por el mismo evangelista en el versículo 16 del Capítulo 16 de su Evangelio, en las que apoyó el Catolicismo-Romano el germen del Papado cuyos primeros representantes fueron considerados Vicarios de Pedro.

 Comenzando en Inocencio III (no el Antipapa, sino en el que con tal nombre asumió el Papado desde 1.198 al 1.216) esto no sería suficiente y se proclamaron a partir de entonces Vicarios de Cristo.         

 Hay que recordar que el primero en adoptar oficialmente el título de Papa fue S. Siricio en el año 384 (según algunos autores) y que éste figura con el número 38 en la lista oficial de los Papas. (El Liber Pontificalis).

 Otros historiadores señalan a León I el Grande (440/461) como el hombre que dio sentido al Papado. En ambos casos, los períodos de vigencia o reinado, se insertan dentro de los siglos IV y V de la era cristiana. 

 José Grau, repetidamente citado en otros capítulos, nos dice: “Puede afirmarse, en rigor histórico, que el Papado empieza propiamente con León I. Sus inmediatos predecesores no fueron más que aspirantes a “Pontifex Maximus” de la Cristiandad. León el Grande no fue un simple aspirante; fue quien dio al título de Papa casi todo el significado que con el correr de los siglos, y aún hoy, tiene entre nosotros.

Esto ocurría en el siglo V.  Cuatrocientos años antes,  Jesucristo había dicho al representante del Imperio romano en Palestina: “Mi reino no es de este mundo.”

 Existen muchos pasajes bíblicos que evidencian como objeto exclusivo de la venida de Cristo a la Tierra, la salvación del hombre, creado por Dios para servirle eternamente. Bástenos una sola referencia en el Evangelio de Lucas, capítulo 19, versículo 10. “Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.” ¿No era el hombre el que, como consecuencia de su pecado, estaba perdido?

 Decir que Cristo es el fundador de una religión y hacer con ello un montaje doctrinal, es pura especulación humana. Quién así lo acepte sin una base suficiente, está necesitado de un análisis y una reflexión profunda, a la vista de la Palabra de Dios. El mismo Dios a través del Profeta Jeremías nos dice “maldito el varón que confía en el hombre.” (Jeremías 17/5) y el Salmo 118, en su versículo 8 nos dice que “Mejor es confiar en Jehová que en el hombre.”

 En el aspecto que estoy considerando, la Palabra de Dios nos dice que la Iglesia de Cristo formada por los creyentes en Él, como único y suficiente Salvador, y aquellos, como piedras vivas que forman su cuerpo, nació en  Pentecostés.

 Sucedió este impresionante hecho cincuenta días después de la Pascua judía mientras ciento veinte personas se hallaban reunidas en el Cenáculo, esperando ser investidas de poder de lo Alto, conforme a la promesa hecha por Cristo a los Apóstoles antes de su ascensión a los cielos.

  De este acontecimiento se derivó la apertura de una puerta (la puerta del reino de los cielos) cuyas llaves, en efecto, fueron dadas a Pedro, que la abrió y a través de la misma aquel día entraron por ella los primeros tres mil convertidos tras el sermón del Apóstol. (Fueron los 3.000 primeros convertidos al Cristianismo) (Léase el capítulo 2 del Libro de los Hechos de los Apóstoles).

 Escuchemos también al mismo Pedro en su primera epístola Universal dirigida a los expatriados de la dispersión, capítulo 2, versículos 4 y 5 que dicen así:  ”Acercándoos a Él, Piedra viva, desechada ciertamente por los hombres, mas para Dios, escogida y preciosa, vosotros también como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo.”

 Desde entonces aquellas llaves jamás han vuelto a utilizarse porque la puerta nunca más fue cerrada, y las almas de los justos han ido atravesándola ininterrumpidamente a lo largo de veinte siglos de cristianismo, pese a dilatados períodos de oscurantismo y manifiestamente en contra de clarísimas aptitudes y conductas humanas. (Recuérdese el Cisma de Occidente, (entre otros acontecimientos no menos importantes), del que con algunos detalles nos ocuparemos más adelante.).

 Por todo ello el poder dado por Cristo a Pedro para abrirla no fue necesario transmitirlo a ningún "sucesor”, término este, el de sucesor, que solo se registra cinco veces en la Biblia, (Job 20/26, Eclesiastés 4, versículos 8 y 15 y Hechos 24/27) de la versión Reina Valera de 1.909, pero, como se puede comprobar ninguna de ellas referida a la sucesión apostólica.

 Hablar del Papado como fundación creada por Cristo basándose en interpretaciones subjetivas, y su desarrollo construido sobre acontecimientos tan débiles y tan poco conocidos, nos adentra en un terreno lleno de especulaciones y hechos difíciles de aceptar, sobretodo cuando se contrastan con las palabras y las reglas de conducta que el Supremo Maestro enseñó, fundamentalmente con el motivo exclusivo de su venida a la Tierra.

 Nada más lejos de mi ánimo está el considerar dentro de las torcidas interpretaciones a que nos ha conducido el Catolicismo Romano por sus ciegos líderes, a tantos millones de personas de buena fe que, envueltas en redes de filosofía religiosa, tal como a mí me ocurrió, fueron víctimas de engaños y artificiosas especulaciones fruto en muchos casos de intrigas y ambiciones manifiestas.

Dios nos vuelve a decir por boca del Profeta Jeremías en el capítulo 21, versículo 8 “He aquí pongo delante de vosotros camino de vida y camino de muerte” y asimismo Jesús nos dice: “Yo soy el camino, la Verdad y la Vida y nadie va al Padre si no es por Mí.” (Juan 14/6)

 El versículo 12 del Capítulo 4 del Libro de los Hechos de los Apóstoles, refiriéndose a Jesucristo dice que, “en ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres en que podamos ser salvos”.

Es evidente que esta expresión de Lucas, anula cualquier pretensión de mediación o intercesión por parte de aquellos que, lejos del tiempo en que vivieron, han sido elevados a la categoría de Santos por la Iglesia Católica y son venerados e incluso adorados en los altares de sus iglesias.

Pienso que si la Iglesia Católica tuviese que contar con la aprobación de aquellos que por ella son beatificados o santificados después de muertos para ser objeto de culto en los altares de sus Iglesias o como medios de intercesión, tendrían que enfrentarse a una negativa rotunda. Pero lamentablemente esta posibilidad escapa al poder de esta Institución humana que, no obstante se la atribuye, al igual que lo hace con otras tantas prerrogativas o declaraciones nacidas de su propia filosofía dogmática.