La capacidad para amar en nuestra sociedad actual es una excepción. El amor es un fenómeno marginal y aislado. El amor es el mejor de los bienes y el más escaso. Casi nadie ama a nadie, casi todos fingimos. Y no es por falta de tiempo o por exceso de ocupación, simplemente la brújula de nuestro ego nos ha hecho perder el norte; estamos absortos en producir beneficios, gozar y consumir. Estamos ávidos de artículos y objetos materiales, hemos confundido los medios con los fines.
Todas las actividades humanas están subordinadas a metas económicas conducentes al éxito personal y el bienestar material. Solo se piensa en estar bien alimentado, bien vestido y tener mucho de todo, perdiéndose interés en la cualidad más importante que distingue al ser humano y que reside en sus facultades superiores; y es la capacidad para amar.
En un mundo supeditado al interés personal, dominado por el orgullo, la avaricia, la mentira, la hipocresía.... el hombre corriente llega a la conclusión de que el amor es una utopía y que lo mejor es vivir participando del fraude general del que casi todos somos testigos y autores. Como se suele decir; vivir y dejar vivir. ¿Es esto amor?
Hasta tal punto es la confusión que hemos llegado a identificar al amor con la equidad. La equidad significaría tratar al prójimo con respeto y justicia, pero no implica amarlo. El amor es superior porque significa sentirse responsable del prójimo, uno con él. El amor significa compromiso sin garantías, dar sin esperar. El amor es todo un acto de fe, porque el amor todo lo cree, todo lo espera.
La sociedad moderna ha convertido al hombre en una gran masa de consumir, de gustos estandarizados, de comportamiento modificable y anticipable, dispuestos a ser guiados y programados, y con todo, conseguir que se sienta libre. El resultado es un numero no un individuo, un ser enajenado de si mismo, de sus semejantes y de la naturaleza. A causa de esto el hombre se siente terriblemente solo, aunque tratamos de estar tan cerca de los demás como sea posible, pero al no vencer el sentimiento de separación surgen la angustia, la inseguridad y la depresión, males que pueden llegar a afectar al 25% de la población.
Pero la sociedad ha desarrollado sus propios recursos, alienantes por supuesto, sucedáneos del natural sentido de trascendencia y anhelada unidad para que el hombre pueda olvidarse de ellos. Es la poderosa industria del entretenimiento, la rutina de la diversión, la consumición pasiva de sonidos y visiones, de productos nuevos e inútiles, para ahogar las voces del alma, y callarla a golpe de decibelios, calorías o dólares. El hombre confunde la felicidad con el ansioso consumo de nuevos objetos, espectáculos, sensaciones, comidas, bebidas, cigarrillos, películas..... Todo se consume, todo se traga. El mundo es una gran manzana a la que todos quieren pegar el mejor bocado.
Todo es objeto de intercambio y consumo, desde lo material a lo espiritual.
El hombre de hoy se ve forzado a identificarse con una inversión, de la que ha de obtener el máximo beneficio. Su finalidad principal es el intercambio ventajoso de sus aptitudes, conocimientos y bagaje personal con otros individuos igualmente ávidos de lograr un intercambio conveniente y equitativo.
Para nuestro hombre moderno la vida carece de finalidad, salvo la de ir tirando, carece de principios, salvo el del intercambio equitativo, y carece de satisfacción, salvo la de consumir.
Para Sigmund Freud, la satisfacción plena y desinhibida de todos los deseos e instintos, particularmente el sexual, asegurarían la salud mental y la felicidad. Pero los hechos clínicos han probado que personas dedicadas por entero a la satisfacción física sin restricciones no son felices, y a menudo sufren graves traumas y conflictos neuróticos. Porque la satisfacción completa de los instintos no solo no constituyen la base de la felicidad, sino que ni siquiera aseguran la salud mental.
Pero en una cultura en la que el éxito material constituye el valor predominante, tanto tienes, tanto vales. No debe sorprendernos que las relaciones amorosas humanas sigan el mismo esquema. Así una mujer, o un hombre atractivos son el producto mas demandado en el mercado del amor.
NUESTRO ERROR
No es que la gente piense que el amor carezca de importancia. En realidad todos estamos sedientos de amor. Vemos películas de amor, escuchamos multitud de canciones sobre amor, pero nadie se plantea que tenga algo que aprender sobre el amor, porque creemos que el amor es un placer o un precioso sentimiento con el que uno tropieza en la vida si tiene suerte. Pero en realidad el amor es un arte y como todo arte, su dominio exige conocimiento y esfuerzo.
El núcleo del problema está en identificar al amor con un objeto y no con una facultad. De lo que se deriva que estemos más preocupados en conseguir como ser amados, que en amar, en ganarnos el amor ajeno, en lugar de dar el ejemplo. Esto, con la visión materialista del mundo supone el culto al cuerpo, en vestirlo a la última, en ser atractivos físicamente, y así el amor deja de ser una facultad para convertirse en un objeto, es la materialización de una facultad.
Semejante conversión de una facultad en un objeto nos hace creer que el amor es sencillo, mientras lo que lo complicado sería encontrar alguien a quién podamos amar, alguien que se lo merezca.
No es difícil comprender como la empresa del amor es la que se empieza con más esperanzas en la vida, y sin embargo es en la que más fracasamos.
NUESTRA NECESIDAD
Alguien expresó con mejores palabras que estas que; “la falta de amor es la asfixia del alma humana.”
La falta de unión en amor crea un sentimiento de separación, de desgarradora desunión, de in completitud, de no realización que nos hace sentirnos prisioneros de una vital necesidad no satisfecha.
Es fácil, especialmente entre los más jóvenes, confundir el amor con la intimidad física entablada con alguien del sexo opuesto, el súbito derrumbe de las barreras que existían entre dos desconocidos. Pero tal experiencia de repentina intimidad es, por su misma naturaleza, de corta duración. La intimidad física es interpretada como amor, cuando solo es prueba de la enorme soledad en que se encontraban, y en la que pronto descubrirán que siguen estando.
El íntimo acercamiento rápidamente es explorado y agotado, el milagro de ir salvando barreras desconocidas se extingue, la chispa se apaga con el tiempo.
Quien no ha sabido madurar en el auténtico amor, rápidamente buscará un nuevo desconocido, para entablar nueva intimidad, salvar nuevas barreras, para apagarse de nuevo, siempre con la ilusión de que el próximo será distinto. A este mantenimiento continuado de ilusiones contribuye el carácter engañoso del deseo sexual. Pues a veces identificamos como amor lo que solo es atracción física.
El hombre es un ser espiritual, y la sola búsqueda de lo material lo mantendrán siempre insatisfecho.
El sentimiento de separación, del que he hablado, crea angustia, sensación de aislamiento, de vergüenza y hasta de culpa.
En el relato de Adán y Eva el pecado provoca la separación, la rotura de la íntima unión con Dios. La traición a la confianza depositada por Dios en ellos crea una distancia, una separación, de lo cual se sienten obviamente culpables, sienten vergüenza y se esconden. Ante las preguntas de Dios, Adán trata de excusarse trasladando la culpa a Eva. El pecado ha distanciado al hombre de Dios. Pero también a los hombres entre si. Quizás el pecado sea la razón del paradójico hecho de que el amor sea sufrido. Ahora cuesta mucho salvar unas distancias que originalmente no existían.
La mayor necesidad del hombre es superar ese sentimiento de separación, para abandonar la prisión de su soledad. El amor es la necesidad más fundamental del ser humano.
De ahí que una de las mayores promesas de Jesús sea la restauración de la unión con Dios en amor: “Os tomaré a mi mismo”
Las cuestiones trascendentales (y el amor lo es) nunca llegan a entenderse completamente. Y muy poco averiguaremos sobre el amor si nos olvidamos de una condición necesaria para su existencia.
Que el amor solo es él, solo puede realizarse como tal, desde la libertad. No como resultado de una compulsión. No puede obtenerse por la fuerza.
El amor ha de ser libre. Solo se da de verdad cuando puede hacerse libremente. Por eso el amor es un acto de fe. Es un poder que por si solo puede generar más amor del que había inicialmente. El amor se da así mismo y produce más de si mismo. El es su propio fruto.
Quizás esto pueda ayudarnos a entender por que Dios permitió la caída del hombre sabiendo de antemano lo que sucedería. Pensamos que si Dios es amor, muchas cosas serían distintas, pero no debemos olvidar que en el amor va implícito el término, libertad.
Dios también es el perfecto creyente, que pese a saber los riesgos de crear seres dotados de libertad, “creyó” en la superioridad y poder del Amor.
Jesús dice que él es el camino, la verdad y la vida, y que la verdad nos hará libres. Y aquí mientras tanto, nosotros, somos prisioneros de nosotros mismos. Nuestros propios rehenes. Sujetos a nuestras miserias. Que menos podíamos esperar de Dios. La verdad de su amor se llevó cautiva la cautividad, su amor vino a hacernos libres, por que amor y libertad siempre van de la mano, y por supuesto somos libres para amarle o no.
INGREDIENTES DEL AMOR
Entre las propiedades contenidas en la expresión viva del amor nos encontramos con una de manifiestas connotaciones externas. Me refiero a la generosidad, al acto de dar. Entorno a la cual existe, es posible que inconscientemente, un mal entendido bastante generalizado.
Se asume que dar es lo mismo que renunciar a algo, privarse de algo, sacrificarse, puesto que si doy tengo menos para mí. Se interpreta pues que esta virtud consiste en resignarse a perder, a empobrecerse, y por ello somos reacios a dar, al menos, a dar con alegría.
De esta forma no practicamos la generosidad, sino una torpe y vanidosa emulación, un engaño que busca solo el reconocimiento ajeno y admiración de un espíritu pobre porque se da esperando algo a cambio. Dar para aparentar no es generosidad.
Visto así, el dar resulta doloroso, es un sacrificio, pues la virtud se cree que está no en el dar en si mismo, sino en la aceptación y espíritu de renuncia pero sin que se note exteriormente, y por supuesto, esperando la recompensa, el reconocimiento, el agradecimiento al menos, que en no pocas ocasiones esperamos que se traduzca en devolución de favores. Según esta interpretación de la generosidad que a menudo practicamos es mejor sufrir una privación que vivir una alegría. Pero la virtud está en dar con alegría. 2ª de Corintios 9-7
El espíritu que es generoso, experimenta en el acto de dar la propia riqueza, fuerza y vitalidad, y esto produce dicha, o sea, alegría. No es rico el que tiene mucho, sino el que da mucho. El avaro que se preocupa angustiosamente por las pérdidas materiales, es psicológicamente un indigente, un empobrecido por mucho que posea. El que da con alegría no solo es rico, sino que también sabe ser rico.
Dice Pablo, si entrego todos mis bienes y no tengo amor, no soy nada. Por lo que concluyo que dar con alegría es dar con amor. El amor es generoso, la generosidad sin amor, no es generosidad.
Sin embargo, la esfera más importante de la generosidad se encuentra en el ámbito de lo personal, quiero decir, dar de uno mismo, dar de la propia vida. Sobrado está decir que no significa perder la vida útil o inútilmente en un acto de heroísmo o suicidio. No es morir sin más. No es perder la vida, sino darla, esto es, día a día. Dando de esos momentos que nos pertenecen, pero que regalamos, que dedicamos a otros, de ese tiempo que sabemos que no vuelve. Esto es dar de lo vivo, de nosotros, y por supuesto, sin esperar nada a cambio. Así es como yo entiendo las palabras del Señor cuando dice: No hay mayor amor que aquel que da la vida…. Y dar amor es particularmente productivo, por que el amor es un poder que genera más amor y que se agota al no usarlo.
La vida de Cristo es un buen ejemplo de lo que quiero decir. Con frecuencia hacemos alusión a su muerte, a su entrega en la Cruz. Y nos olvidamos que antes de eso su vida ya no era verdaderamente suya, pues la entregaba momento a momento, en un despliegue de autentica generosidad, derrochando todas sus energías al servicio de los demás. Poniendo al prójimo antes que así mismo. El amor de Dios es la entrega total. Jesús no vivía su vida, por que vivía para los demás.
El amor también significa cuidado y preocupación. Esto es particularmente evidente en el amor de una madre. Ninguna declaración de amor por su parte nos parecería sincera si descuidara a su hijo, si dejara de alimentarlo, de bañarlo y de proporcionarle bienestar físico, además del interés por el correcto desarrollo psicológico.
El amor es la preocupación por la vida y crecimiento de lo que amamos.
En el relato de Jonás, encontramos como Dios le encarga que viaje a Nínive y predique, para que el pueblo abandone sus pecados. Pero Jonás, eso mismo se teme, no desea que Dios les perdone sus perversiones. Es un hombre con un elevado sentido de la justicia, pero sin amor suficiente. Al huir sufre la reclusión, modelo del aislamiento que produce la ausencia de amor y solidaridad. Clama con honda angustia y Dios lo salva. Tras perdonar también al pueblo de Nínive, Jonás está apesadumbrado, enfadado con Dios. El quería justicia, no misericordia con ese pueblo.
En su angustia encuentra consuelo a la sombra de una calabacera, pero cuando se seca, se vuelve a enojar sobremanera, mas Dios le interpela, diciendo: “tuviste tu lástima de la calabacera en la cual no trabajaste ni tu la hiciste crecer… ¿Y no tendré yo piedad de Nínive, aquella ciudad donde hay más de ciento veinte mil personas…?”. Dios le está enseñando que el amor es cuidado y preocupación, es decir, trabajo. Se ama aquello por lo que se trabaja, y se trabaja por aquello que se ama. Jesús en Juan 5,17 dice “Mi padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo”. El amor ha de ser un poder activo, un poder en acción.
El cuidado y la preocupación implican otro aspecto importante del amor: la responsabilidad. Hoy se emplea este término para denotar un deber, como algo impuesto desde el exterior. Pero en el amor la responsabilidad ha de ser un acto de la voluntad, nacido del interior. Es una respuesta a las necesidades, expresadas o no, de otro ser humano. Es estar preparado para responder a las necesidades físicas y psíquicas de la otra persona.
La responsabilidad puede degenerar fácilmente en la dominación y la posesividad, salvo que el amor ponga cota con otra de sus características: el respeto.
El respeto es la capacidad para ver a la otra persona tal cual es. Es tener conciencia de su individualidad, de su derecho a la libertad. El respeto implica ausencia de explotación. Porque, el amor y la libertad van de la mano.
Pero el cuidado y la responsabilidad serían ciegos si no los guiara el conocimiento. Y el conocimiento sería vacío si no lo motivara la preocupación.
Se trata de un conocimiento no proporcionado por el intelecto o el pensamiento, aunque el conocimiento psicológico es condición necesaria. Sobre todo a de ser un conocimiento del corazón. Por ejemplo, puedo ver a una persona enojada, aunque no lo demuestre abiertamente. Pero si la conozco verdaderamente puedo llegar a descubrir que realmente se encuentra angustiada, inquieta, que quizás se siente abandonada o sola, quizás se sienta culpable por algo. Entiendo entonces que su cólera es la manifestación de algo más profundo, y la veo como una persona que sufre, en lugar de enfadada.
Este conocimiento es una zambullida en la experiencia del amor. Pero el conocimiento no solo se basa en la necesidad de fundirse con otra persona para así trascender la soledad, sino que está vinculado también al deseo de conocer el “secreto del hombre”, lo que somos auténticamente, lo que son nuestras necesidades y de donde arrancan. De ahondar en el misterio de nuestro ser.
Una manera desesperada de hacer esto se basa en la habilidad para hacer sufrir a los demás para así obligarles a traicionar su secreto a través del dolor, particularmente psíquico. La otra manera es a través del amor. El amor desea conocer y ser conocido.
El cielo es la culminación de esta necesidad en grado sumo. “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17,3)
Es la máxima intimidad entre Dios y nosotros. En contraposición el infierno lo imagino como la ausencia total y absoluta de intimidad, de conocimiento. La horrible sensación del aislamiento completo, escapado incluso al conocimiento del Dios omnisciente. “Y entonces les declararé: nunca os conocí; apartaos de mi, hacedores de maldad” (Mateo 7,23) ¿Quién puede entender lo que ha de significar caer fuera de la conciencia del ser Omnisciente? ¿es esta la condenación? Vivir completamente solos, con el infierno que llevamos dentro. Aislados, sin amar ni ser amados, volcados de lleno sobre el núcleo de nuestro ego, eternamente separados. Así de importante es la libre voluntad. No nos condena Dios. Nos condenamos nosotros. “¿Cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande?” (Hebreos 2,3)
MODELOS DE AMOR
El amor materno: Al nacer, el niño no tiene desarrollada la conciencia de si mismo ni del exterior. Solo siente la estimulación positiva del calor y el alimento, aunque no reconoce la fuente: la madre. Ella es calor, seguridad, placidez. El exterior solo existe en la medida en que frustra el estado interno.
Conforme el niño se va desarrollando, adquiere conciencia de lo que le rodea, del exterior, de las demás personas, a quienes aprende a manejar. Que mama sonríe cuando come, que se le alaba cuando hace progresos, que se le mima cuando llora. Y todas estas experiencias cristalizan en : Me aman. Me aman porque estoy desvalido, por que soy estupendo, por que soy, por que soy el hijo de mama, porque soy el más pequeño, porque soy hermoso y admirable etc. Es decir me aman por lo que soy, o más bien, sencillamente, por que soy yo.
El niño no tiene que hacer nada para que lo amen. Es un amor incondicional. No necesita conseguirlo ni merecerlo.
La personalidad del niño va cuajando, y sus conceptos iniciales acerca del amor son tales como: Amo porque me aman. Te amo porque te necesito. Esto es aun, un amor inmaduro.
El amor incondicional corresponde a uno de los anhelos más profundos, no solo del niño, sino de todo ser humano.
Que se nos ame por los propios méritos, siempre deja la duda de no haber agradado a quién queremos que nos ame. Existe el temor de que el amor desaparezca. El amor merecido siempre deja el amargo sentimiento de no ser amado por uno mismo. De que solo somos amados cuando somos complacientes, en última instancia, de que no se nos ama, sino que se nos usa.
El amor materno, el de una buena madre, es incondicional por dos razones. Por que ama al hijo antes que este ame a la madre y porque lo amará pase lo que pase, haga lo que haga, siempre estará dispuesta a perdonar. No puede dejar de amar al hijo.
Pues en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó primero, y en que aun siendo pecadores, Cristo murió por nosotros.
El amor de madre tiene otro componente además del cuidado y mantenimiento, y que es también vital en su desarrollo. Es la actitud positiva de inculcar en él el amor a la vida, de sentirse feliz por estar vivo, de que eso es bueno, como declaraba Dios acerca de la creación de la naturaleza, incluido el hombre: “y vio Dios que era bueno”.
Otra imagen bíblica sobre esta idea, es la de la tierra prometida (la tierra es un símbolo materno), una tierra que manaba leche y miel. La leche hace referencia al primer aspecto del amor materno; el cuidado y el mantenimiento. La miel simboliza la dulzura de la vida, el amor por ella, la alegría de estar vivo.
El amor materno es enteramente altruista por que da sin recibir nada a cambio. Tan solo recibe la alegría de ver al hijo feliz.
El amor maduro es el que dice: Me aman porque amo. Te necesito por que te amo. El amor de Dios es altruista porque da, sin recibir nada a cambio. Nada podemos darle que el no tenga, salvo amarle libremente, que si es algo que está enteramente en nuestras manos, somos libres de hacerlo o no. El solo podrá cortejarnos con su amor. Si acaso el tuviera necesidad de nosotros, por ejemplo de nuestro amor, seguro que sería porque a nosotros nos conviene que el nos necesite, o quizás nos necesita por que nos ama. No lo se.
El amor fraterno: El amor no es esencialmente una relación con una persona específica, es una actitud, una orientación del carácter que determina el tipo de relación de la persona con el resto del mundo. Si alguien ama solo a una persona, no podemos hablar de amor, sino mas bien de relación simbiótica. Se da porque se recibe.
“Porque si amáis a los que os aman, ¿Qué mérito tenéis? Porque también los pecadores hacen lo mismo”
¿Pero cuantas personas confunden como objeto lo que es una facultad? Llegan a creer que el hecho de que amen a una o a pocas personas es prueba de la intensidad de su amor. Se trata de la falacia de la que ya hablamos. Al no entender que el amor es una actitud, un poder del alma, creen que solo se precisa encontrar el objeto (persona) adecuado, y que el resto vendrá solo. Es como el hombre que quiere pintar, pero en lugar de tratar de aprender el arte, sostiene que solo necesita esperar a que aparezca el objeto adecuado, y entonces lo sabrá pintar. Igualmente absurdo es creer que sabremos amar a alguien sin amar a los demás.
El amor fraternal es el amor a todos los seres humanos. Se caracteriza por su falta de exclusividad.
Se basa en la comprensión de que todos somos uno, las diferencias son insignificantes comparadas con la identidad de la esencia humana, común todos los hombres y mujeres. Si percibo en otra persona únicamente lo superficial, percibo las diferencias, lo que nos separa. Pero si llego hasta el corazón percibo nuestra identidad, lo que nos une.
Amar a los que nos aman, no es ninguna hazaña. Amar a los que necesitamos tampoco. El amor se realiza cuando se ama a quienes no necesitamos para nuestros fines personales.
En el antiguo testamento se destaca el amor al desvalido, al pobre, al huérfano, a la viuda, al extranjero. La compasión implica un elemento de conocimiento e identificación: “Tu conoces el corazón del extranjero, puesto que fuiste extranjero en la tierra de Egipto”. ¡¡¡¡Por tanto ama al extranjero!!!!!
Y Pablo nos dice en Romanos 12,10; “Amaos los unos a los otros con amor fraternal………” y en Tesalonicenses 4,9-10; “pero acerca del amor fraternal no tenéis necesidad de que os escriba, porque vosotros mismos habéis aprendido de Dios que os améis unos a otros……..pero os rogamos, hermanos, que abundéis en ello más y más”. Nunca amaremos demasiado. No se peca por amar más de la cuenta.
El amor a si mismo: También es idea común creer que el amor a los demás es una virtud, mientras que el amor a uno mismo es un pecado. Se supone que en la medida en que me amo a mi mismo, no amo a los demás, que el amor a uno mismo es lo mismo que egoísmo. Pero tal creencia es intrínsecamente ilógica.
Si es una virtud el amar a los demás como a uno mismo, debo amarme primeramente a mi mismo para cumplir con el amor a los demás del mismo modo. Yo también soy una persona como los demás.
El mandato bíblico de “ama a tu prójimo como a ti mismo” implica que el respeto por la propia integridad y unicidad, el amor y la comprensión del si mismo, no pueden separarse del respeto, amor y comprensión al prójimo. El pecado no está en el amarse a uno mismo, sino en no amar a los demás de igual modo.
En todo individuo capaz de amar a los demás siempre se encontrará una actitud de amor a si mismo. Jesús nunca limitó las medidas del amor, ni siquiera el amor propio, lo cual significa que El no condena el amarse a si mismo, sino el no amar a los demás.
Pero entonces ¿Qué es el egoísmo? La persona egoísta solo se interesa por si mismo, desea todo para si misma, no siente placer en dar sino solo en tomar. Carece de interés por las necesidades ajenas y de respeto por la integridad de los demás, solo considera el mundo exterior bajo la medida de lo que puede obtener del él. Juzga a todos según su utilidad, es incapaz de amar. Sin embargo el egoísta tampoco se ama a si mismo. En realidad se odia, pues su falta de amor lo dejan siempre vacío frustrado, es un infeliz ansiosamente preocupado por llenarse de lo que el mismo se impide obtener, pierde su dignidad, quizás sin ser consciente, porque sus ojos están vueltos hacia si. Parece muy preocupado por si mismo, pero solo es un intento por disimular su falta de respeto y cuidado de su persona. Los egoístas ni aman a los demás si a si mismos. Por tanto: Es una persona grande y virtuosa la que amándose a si misma, ama igualmente a los demás.
“Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Bien, pero ¿Entiendo realmente como me amo a mi mismo? ¿Te has puesto a pensar como realmente te amas a ti mismo? Hemos de saberlo si queremos saber como hemos de amar a los demás.
Si lo pensamos, veremos que siendo normales, no tenemos lo que se dice un sentimiento de cariño hacia nosotros mismos, quiero decir, que no estamos enamorados de nosotros mismos, por lo tanto amar al prójimo no significa tener un sentimiento comparable. El amor hacia nosotros normalmente es más maduro que el que tenemos hacia los demás.
¿Me amo por que soy buena persona? ¿O más bien por que me amo me considero buena persona? Mas bien porque me amo me considero buena persona, por lo tanto el amor a los demás no significa que los deba tener por buenas personas, sobre todo si demuestran que no lo son, como tampoco yo lo soy (todas nuestras justicias son como trapos de inmundicia, dice la Biblia)
La respuesta está en amarnos como nos ama Dios. Dios aborrece el pecado, pero ama al pecador. Pero ¿Cómo puedo aborrecer el pecado y no al que lo hace? ¿Cómo puedo despreciar lo que hace un hombre y no despreciar al hombre que lo hace? Tarea difícil parece esta. Mas pensemos que esto precisamente es lo que hemos estado haciendo toda la vida con una persona, y nunca nos cuesta trabajo. Esa persona somos nosotros mismos. Por mucho que me disguste mi mal humor, mis malos pensamientos, mi vanidad o mi codicia, siempre salgo airoso para seguir amándome. Me amo a pesar de ser lo que soy. Precisamente la razón de que aborrezca tanto esos pecados es porque amo al hombre que los hace, me amo a mi mismo. Y me perdono todos mis pecados.
Descubrimos pues que la base del amor al prójimo está en el perdón. Porque “¿Cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mi? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete.” Lean Colosenses 3:12-14
EL AMOR DE DIOS
Dice la Biblia que Dios todo lo creó bueno. Pero basta un ligero vistazo a nuestro alrededor para darnos cuenta que lo malo sobreabunda. ¿Cómo pues, se ha llegado a este estado de cosas? ¿No será que también creó lo malo? Veamos en primer lugar que lo malo necesita de los bueno para poder ser, y luego veremos a que se debe su aparición.
El Amor o la Bondad es, por así decirlo, ella misma, mientras que la maldad es únicamente Bondad echada a perder. Y para que algo se estropee, primero tiene que ser bueno. Para reconocer la perversión primero tenemos que saber lo que es bueno, y solo así identificarlo. Pues lo contrario no puede hacerse. No podemos saber como ha de ser lo bueno basándonos en lo perverso. Lo malo solo puede existir en la medida en que existe lo bueno. Dicho de una manera más clara si es posible. Lo bueno, el amor puede ser puro y absoluto en si mismo, pero lo malo no, necesita de lo bueno para existir. Para ser malo hay que tener cosas buenas para después desearlas y perseguirlas de manera equivocada, hay que tener impulsos que originalmente fueron buenos para después pervertirlos. Para ser aún más claros. Para ser malos hay que existir, tener cierta inteligencia y voluntad, y capacidad de acción. Pero la existencia, la inteligencia, la voluntad y la capacidad de acción son cosas buenas en si mismas.
Por eso la enseñanza cristiana de que el diablo es un ángel caído tiene lógica y sentido, del que se salen las doctrinas y filosofías del dualismo. El mal no tiene existencia en si mismo, depende de lo bueno, es un parásito de lo bueno. Todas las cosas que le permiten a un hombre ser eficazmente malo son buenas en si mismas: la existencia, la inteligencia, la voluntad, la resolución, la belleza etc. etc.
Que Dios ha permitido esta situación es obvio, pero no implica que esté de acuerdo con su voluntad. Es como un padre que les dice a sus hijos que no los va a obligar a cada instante a que estudien, que no va a estar controlándolos cada segundo, que tienen que aprender a ser responsables. Pero un buen día siendo ya mayorcitos los niños, se encuentra que han decidido abandonar los estudios para trabajar de lo primero que salga, eso es algo que no está de acuerdo con la voluntad del padre, pero al mismo tiempo a sido su voluntad, la voluntad de que aprendan a ser responsables sin dejar de ser libres, lo que ha permitido a sus hijos tomar tal decisión. Si haces que algo positivo sea voluntario, siempre habrá quienes no lo hagan o incluso quienes lo hagan mal a propósito.
La libre voluntad o libre albedrío significa que las criaturas pueden acertar o equivocarse libremente y también inconscientemente. Si se es libre para ser bueno, también se es libre para ser malo. Hay quienes piensan que pueden imaginarse a los seres humanos actuando libremente pero sin la posibilidad de equivocarse o actuar mal. Yo no. El libre albedrío es lo que ha hecho posible el mal.
¿Por qué entonces nos ha hecho libres?
Porque aunque el libre albedrío ha hecho posible el mal, también es lo único que hace posible el amor. Un mundo sin libertad no merecería ser creado, el amor y la bondad no tendrían sentido ni valor, mas bien no serían. Claro que El sabia lo que ocurriría, pero valía la pena.
Puede que no estéis de acuerdo con El, pero esto entraña un problema. El es la fuente de la que proviene nuestro poder razonador, no puede ocurrir que el esté equivocado y nosotros no. De la misma manera que un arroyo no puede subir más alto que su manantial. Cuando razonamos en su contra estamos argumentando en contra del poder que nos capacita para razonar. Es como cortar la rama del árbol en que estamos sentados.
Cuanto más consciente y libre es una criatura mejor será si hace el bien, y peor será si hace el mal. Un hombre puede hacer más bien que una vaca, pero también más mal. Un genio puede hacer más bien que un hombre normal, pero también puede hacer más mal.
El riesgo que entraña la existencia de seres conscientes, inteligentes, libres, con voluntad y con cierto poder de acción, es que pongamos el yo, nuestro ego por encima de todo, e incluso desear ser Dios mismo. Fue el pecado de Satanás, el mismo con el que nos engañó. Nos hizo creer que podíamos ser como dioses. Idea tan arraigada que ha venido a sumársele la de que no hay más dioses que nosotros.
Desde entonces el hombre ha querido tomar las riendas de su vida sin contar con el que se la dio. Darle la espalda no solo es el mayor pecado, es el único que él no puede cambiar, porque es una decisión libre, hemos de volvernos a él por voluntad propia. Si nos negamos ¿a que justicia o misericordia apelaremos?
Tratar de vivir sin él no puede funcionar bien por mucho tiempo, fracasaremos porque nos diseñó para funcionar con él. Es nuestro alimento. “Yo soy el pan vivo que descendió del cielo” dice Jesús.
Dios no puede darnos completa felicidad mientras estemos separados de él. Por eso la historia del ser humano he de resumirla, a pesar de que me tachen de pesimista, con la palabra; fracaso.
El avance científico y técnico no ha mejorado el estado de felicidad del ser humano. El instituto nacional de estadística tiene registrado un incremento del número de suicidios cada año. La violencia y las injusticias son innumerables. Y cuanta más gente habemos en el mundo, más solos nos encontramos.
El error del hombre es que ha tratado de valerse por si mismo sin contar con Dios, como si se perteneciera. El hombre es un rebelde que debe deponer sus armas, rendirse, pedir perdón … lo que llamamos arrepentimiento.
Ahora bien, si Dios desea perdonarnos, ¿Por qué no lo hace sin más? ¿Qué sentido tiene castigar a un inocente, a Jesús? En realidad ninguno. Pero pensar en una deuda. Tiene mucho sentido que una persona con medios pague por la que no los tiene. Y he aquí una gran sutileza. Solo una mala persona necesita arrepentirse, pero cuanto más lo necesita menos capaz es, menos consciente, más duro y más ciego es su corazón para hacerlo. En cambio solo una buena persona puede arrepentirse de corazón, de hecho un arrepentimiento perfecto solo puede ser realizado por una persona perfecta,... pero ella es quien precisamente no lo necesita.
El arrepentimiento no es algo que se nos exige y del que Dios puede librarnos. El arrepentimiento es la descripción de lo que significa volver a él. Si queremos volver a Dios sin arrepentirnos, lo que en realidad estamos pidiendo es volver a él sin hacerlo. Esto es absurdo. No puede ocurrir. Por lo tanto debemos pasar por el arrepentimiento. Pero como decía antes, la misma maldad que nos hace necesitarlo, nos impide hacerlo de la manera correcta. El pecado es como la necedad, cuanto más se tiene, menos consciente se es de ello. ¿Podemos hacerlo si Dios nos ayuda? Si ¿pero que significa que Dios nos ayude? Significa que Dios pone un poco de si en nosotros para hacer algo que no es propio de su naturaleza, algo que como Dios no puede hacer; rendirse, sufrir, someterse, pagar sin tener deudas … morir. Necesitamos que Dios nos ayude para hacer algo que no está en su naturaleza.
Pero supongamos que Dios se hace hombre. Que la naturaleza humana se funde con la divina en una sola persona. Esta persona ahora si puede ayudarnos. Puede entregar su voluntad, sufrir y morir, porque es hombre, y puede hacerlo perfectamente porque es Dios.
Nuestros intentos para llevar a cabo nuestra muerte al pecado solo tendrían éxito si compartimos la muerte de Dios. Pero no podemos compartir la muerte de Dios a menos que Dios muera, pero él no puede morir a menos que se haga hombre. Es de esta manera que Dios mismo paga nuestras deudas y sufre por nosotros lo que como Dios no puede hacer.
Creo que para entender el amor de Dios hemos de seguir encuadrándolo en el contexto de las circunstancias que nos rodean, de nuestro entorno y demás influencias, en buena medida creadas por nosotros. Quiero decir que si por ejemplo la muerte de Jesús es prueba de su amor, es porque se hizo necesario por culpa de nuestra conducta. Si no hubiéramos pecado no habría tenido que hacerlo, sin que eso implicara menos amor. Entiendo pues que debido a la situación de la raza humana las expresiones del amor tienen unas exigencias que no son naturales. Así la muerte de Cristo no fue un hecho propio de la naturaleza del amor, pues fue a consecuencia del pecado, que rompió la perfecta armonía de lo creado, de hecho la muerte de Cristo fue el acontecimiento histórico más especial, pero también el más terrible que podía suceder, obligamos a Dios a adoptar una naturaleza mortal, como dice su palabra; a despojarse de si mimo. Quiero decir con ello, que por amor a nosotros, Dios modificó su naturaleza, la cual se dice que es amor, por tanto Dios, por amor , modificó al propio amor, para poder alcanzarnos con el, y rescatarnos para participar de la autentica y verdadera naturaleza del amor, la cual nos será manifestada vivamente cuando estemos plenamente insertados en su ser. En definitiva, lo que quiero decir es que ahora el amor es sufrido, por nuestra culpa, por que en la vida eterna que nos espera en la morada que Cristo prepara para nosotros, en esa vida, el amor no será sufrido.
Precisamente por que tendemos a olvidarnos de nuestra verdadera situación, y nos creemos estar en otra que no es más que la causa de una realidad más profunda, nos hacemos la pueril ilusión no de un Dios padre, sino la de un abuelo, una benevolencia senil que debería disfrutar viendo como lo pasamos en grande, que todos lo pasamos bien. Independientemente de la calidad de la felicidad, aunque sea alienante, y falso reflejo de lo auténtico.
Si Dios es amor, es más que mera benevolencia y condescendencia.
El amor por su propia naturaleza, pide perfeccionar al amado, pero la sola condescendencia, dispuesta a tolerarlo todo salvo el sufrimiento del amado, es en realidad el polo opuesto al amor. ¿Deja de preocuparnos una vez enamorados de una mujer, el si va sucia o limpia, si es educada o grosera? (dígase lo mismo si es un hombre) ¿no es entonces cuando más nos preocupan esas cosas? ¿Acaso estima la mujer un signo de amor que el amado ignore su aspecto exterior o su conducta? El amor puede perdonar todas las flaquezas, pero no puede cejar en su empeño por eliminarlas. La paradoja del verdadero amor es que lo exige todo aunque se satisface con poco.
Por eso, aunque Dios nos ame pese a todo, quiera perfeccionarnos, nos ama por poco que tengamos, pero lo poco que tenemos quiere que se lo mejoremos y caminemos hacia la perfección aunque sabe y sabemos que no lo lograremos, pero él nos pide que la busquemos.
Tal vez, desearíamos tener tan escaso valor para Dios, como para preferir que nos dejara abandonados a nuestros impulsos insanos, que cejara en su tenaz empeño de prepararnos para la perfección, pero con ello no estaríamos pidiendo más amor, sino menos. Somos obras de arte en sus manos, somos vasijas de barro creadas para honra. Y que duda cabe que el horno que nos endurece y perfecciona, también nos quema y causa sufrimiento.
Ningún artista se tomaría demasiadas molestias en hacer un boceto para distraer a un niño, y seguramente no le importaría dejarlo sin acabar, aun cuando no reflejara su idea. En cambio se tomaría infinitas molestias si se tratara de la gran obra de su vida. Y si el cuadro fuese capaz de sentir, si estuviera vivo, le causaría enormes sinsabores. No es difícil imaginar que después de ser frotada, borrada, raspada y nuevamente frotada una y otra vez, una pintura viva llegaría a desear ser tan solo un boceto. De manera semejante nosotros debido al proceso de sufrimientos de la vida desearíamos que Dios hubiera proyectado un destino menos glorioso y menos arduo que este que tanto dolor produce. Pero cuando deseamos tal cosa, no estamos pidiendo más amor, sino menos.
Si alguien dijera; “amo a mi hijo, pero no me importa que sea un perfecto canalla con tal de que sea feliz”, sus palabras delatarían que no lo ama de verdad.
Por tanto el amor de Dios, no es condescendiente y sencillamente benevolente, sino que es un fuego voraz, el amor creador del Universo, tenaz y perfeccionista como un artista, providente y venerable como un padre, pero celoso, inflexible y exigente, como el amor entre enamorados.
Pretender que Dios se contente con conservarnos tal como somos, es pedirle que deje de ser Dios. A veces, los seres humanos nos comportamos como adolescentes rebeldes, que discuten a Dios lo que no entienden, pero él, como todo buen padre ha de sostener lo que sabe que es adecuado para sus hijos, pese a la actitud abiertamente opuesta de ellos, aun sin experiencia de la vida.
Dios tiene que afanarse en hacer de nosotros seres dignos de ser amados, porque cuando podamos ser amados sin obstáculos, entonces seremos verdaderamente felices.
Si ambicionamos ser diferentes de cómo Dios quiere que seamos, anhelamos lo que realmente no nos hará felices. Dios persigue, querámoslo o no, darnos lo que verdaderamente necesitamos, no lo que creemos necesitar. Pero mientras nosotros busquemos lisonjas fuera de El ¿Qué otra cosa puede hacer Dios a favor nuestro salvo hacernos un poco menos agradable nuestra propia vida y eliminar las fuentes engañosas de la falsa felicidad? Por eso cuando más sufrimos, más cerca está Dios de nosotros. (Me refiero obviamente a aquellos que le han dejado reinar en su corazón)
Todos recordamos de nuestra infancia o podemos al menos, ver en los niños una voluntad frecuentemente volcada en el propio yo. A tan temprana edad los obstáculos se nos presentan con amarga y prolongada rabia, con explosión de cólera y lágrimas, con un fuerte deseo de hacer daño y hasta sufrir antes que ceder. El primer paso en la educación de los niños ante esta actitud, es quebrar la voluntad de ellos, no dejarles que se salgan con la suya, para encauzar y orientar la personalidad del niño por caminos correctos. No me extraña que la educación de Dios para con nosotros tenga parecidos efectos.
Y es que no le basta al hombre que Dios le susurre y hable al oído por medio del placer y la belleza, necesita que le grite por medio del sufrimiento. El sufrimiento es un megáfono para despertar a un mundo sordo, que no quiere oír.
Cuando se sufre, no es momento para taparse los oídos, como el hombre necio que le dice a Dios: “No me chilles porque no te veo”. Quién tenga oídos para oír que oiga.
Para la elaboración de estos pensamientos me he ayudado de autores como: Erich Fromm y C.S: Lewis.
Francisco Javier López
Licenciado en Farmacia
Miembro de la Iglesia de Cristo, Sevilla