¿Cuánto das de lo que tienes...?Hay preguntas que jamás tendrán respuesta. ¿Por qué no hice esto o aquello y perdí esa oportunidad?¿Por qué no dije no a tiempo y me evite tantos problemas?¿Por qué estudie esta carrera para darle gusto a mis padres y no la profesión que verdaderamente quería? Pero hay una pregunta mucho más importante, que quizá nunca podremos responder: ¿Por qué no ayudé a esa persona que me necesitaba cuando tuve la oportunidad de hacerlo? ... y esa respuesta si pido ofrecerla el médico epidemiólogo, Mattew Lukwiya horas antes de morir, postrado en una fría cama del Hospital Santa María de Gulu, en el norte de Uganda, un domingo en la madrugada. “Se que voy a morir, y espero que sea el último...” fueron las últimas palabras que le escucharon las personas que estuvieron a su lado. Mettew falleció víctima del ébola, la enfermedad que combatió por espacio de catorce meses. Lo contagió un paciente al que atendió días antes. El enfermo, en la fase terminal, desesperado y en un ataque de nervios le escupió la cara. Y en circunstancias así el contagio es inevitable. Lo condenó a morir. Aunque creció en una aldea sumida en la miseria, se sobrepuso a la adversidad y con esfuerzo concreto el sueño de estudiar medicina. En opinión de los superiores, era un extraordinario profesional, y para sus amigos, un excelente compañero. Su familia le consideraba un padre, esposo y amigo excepcional. Pero murió. Y lo hizo sirviendo a los demás... 1. Ayudar, un principio de vida... Ayudar a los demás debiera ser un principio que rija nuestra existencia. Sin embargo en más de una ocasión negamos colaborarle a los demás, porque simplemente no queremos. No que sea imposible hacerlo, sino que no “deseamos hacerlo”. Esta es la premisa que nos sembró la sociedad que nos rodea. Cada quien vive para resolver sus propias situaciones y, bajo condiciones así, le preocupan poco o nada quienes están próximos. La insensibilidad pareciera que tomó control no solo de nuestro corazón y emociones, sino de nuestra forma de actuar. Frente a una comunidad indiferente, individualizada, falta de solidaridad y con un elevado nivel de preocupación por sus propios asuntos, el apóstol Pablo escribió: “Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber. Actuando así, harás que se avergüence de su conducta. No te dejes vencer por el mal; al contrario, vence el mal con el bien” (Romanos 12:20, 21 Nueva Versión Internacional). De entrada plantea la imperiosidad de no contemplar la ayuda sólo a nuestros amigos, sino a quien la necesite. Y por supuesto, una actitud así frente a la vida obliga que rompamos todos los esquemas que hayamos construido. 2. Cambiar el individualismo Se entiende por individualismo la actitud de quien se centra en sus propias necesidades y excluye a quienes están a su alrededor. Tiene ventajas, pero también desventajas. Hoy desconocemos las necesidades de los demás, luego serán ellos quienes desconozcan las nuestras. Al respecto fue el propio Pablo quien recomendó: “Que nadie busque sus propios intereses sino los del prójimo” (1 Corintios 10:24 NVI). 3. Compartir lo que tenemos Dar de lo nuestro no es fácil. El egoísmo es uno de los aspectos más complicados de vencer en una persona, bien por su formación, hábitos adquiridos o elementos que solo desde la perspectiva sicológica se pueden explicar. Tenemos algo y consideramos que es a tal punto nuestro, que no lo compartimos con nadie más. Y allí tenemos un problema. Sólo cuando nos desprendemos de las cosas, somos libres de la atadura que representa el amor desmedido a lo material. Así lo explicó el apóstol en la carta a la comunidad de judíos en la dispersión: “No se olviden de hacer el bien y de compartir con otros lo que tienen, porque ésos son los sacrificios que agradan a Dios” (Hebreos 13:16). No es fácil decirle a alguien: “¿Necesita esto? Tenga, es suyo”. Pero esa actitud nos libera. Nos lleva a ver la vida desde una perspectiva diferente. El Valle del Cauca, en Colombia, es una región donde son frecuentes los hallazgos arqueológicos. Y lo que una y otra vez me llama la atención es que las culturas indígenas que colonizaron la región hace muchos siglos, acompañaban sus ritos funerarios con pertenencias. Era la extraña convicción de que todos los objetos conseguidos en vida, iban a ser necesarios en la posteridad. Y con el paso de los años, junto a los restos mortuorios, aparecen objetos muy disímiles. Y ¿saben? Creo que si a muchas personas les fuera posible, acompañarían su sepelio con todo lo que consiguieron en la vida. Un favor se hace, no se publica... Cuando hacemos un favor o ayudamos a alguien e inmediatamente se lo contamos a todos a nuestro alrededor, lo que buscamos es justificarnos. Decirles: “Miren, yo soy muy bueno. Ayudo. Soy desprendido”. Y la ayuda que prestamos, pierde su mérito, además de ofender a aquél que recibió el favor. Una actitud así puede herir. Pues dentro de toda esta perspectiva de hacer el bien, le propongo que asuma de forma práctica, desde hoy, la recomendación que hizo nuestro Señor Jesucristo: ”Por eso, cuando des a los necesitados, no lo anuncies al son de trompeta, como lo hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles para que la gente les rinda homenaje. Les aseguro que ellos ya han recibido toda su recompensa, Más bien, cuando des a los necesitados, que no se entere tu mano izquierda de lo que hace la derecha, para que tu limosna sea en secreto. Así tu padre, que ve lo que se hace en secreto, te recompensará” (Mateo 6:2-4 NVI). En la práctica tres conclusiones, que serán en adelante principios de vida que transformarán su actitud frente Ali mismo y frente a los demás: Uno, reconozca que lo material no es todo en la vida, aunque si muy importante. Pero depender de los bienes materiales, nos puede traer infelicidad más que felicidad. Dos, entienda que cuando ayudamos a alguien, estamos sembrando para el futuro. Tres, desde hoy si hace algo a favor de otros, guárdelo solo para usted. Dios sabe lo que hizo, El lo recompensará... Y sobre todo, no olvide que ayudar es una forma de crecer, de ser libres, de construir el reino de Dios aquí en la tierra... Fernando Alexis Jiménez |
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